Fabián Harari
Laboratorio de Análisis Político - CEICS
“Aquel no es un país para viejos”, supo decir William Butler Yeats
sobre lo que él llamaba Bizancio, y que, en realidad, era Turquía.
Ocho décadas más tarde, un escritor norteamericano usaría esa misma
frase como título de su novela, pero para referirse a su propio
país. Ese libro se convirtió en un film que retrata un estado de conciencia
nacional. La película presenta la derrota inexorable de dos
perdedores en una sociedad dominada por la violencia. Los personajes
son dos veteranos de guerra: un obrero que no puede salir de
pobre y un policía viejo que no le encuentra sentido a su trabajo.
“Este país tiene metido al demonio adentro”, suele quejarse el ofi-
cial. El Oscar, no obstante, fue para el personaje de Javier Bardem,
como Anton Chighur, un asesino perfecto, dueño de una eficiencia
destructiva jamás vista. El premio despertó cierta polémica, porque
se otorgó como mejor actor de reparto. La justificación fue que el
papel central es el nostálgico policía que nos relata sus lamentos.
En realidad, el verdadero protagonista es Chighur. Es el motor de
los hechos. Por donde pasa hay muerte, desolación y discordia. No
tiene ningún sentimiento y sólo persigue un objetivo: recuperar el
dinero. Él es la personificación de las causas de la decadencia norteamericana.
La novela/película le ha puesto un cuerpo a aquello que
no sabe nombrar. Ese “demonio”, Chighur, es, en realidad, la crisis
capitalista, el torbellino sin alma que todo lo devora…
Es la política, estúpida…
Es que el corazón del sistema capitalista atraviesa una crisis económica
sumamente aguda, con pronóstico reservado. A la degradación
de las condiciones de vida se agrega un fracaso militar. La
selección de candidatos a la presidencia (las primarias) está determinado
por estos procesos. Se tuvo que apelar a personajes ajenos
al núcleo político y que expresaran a sectores oprimidos. Hillary
es mujer, Obama es negro y John McCain siempre fue un crítico
de Bush. El candidato de la Casa Blanca, Mitt Romney, no llegó
con chances ni siquiera al Supermartes. Es que George W. ha batido
una marca: es el presidente que alcanzó la peor popularidad
en la historia de su país. Esto no es más que una parte del problema.
La otra es que la debacle ha generado un rechazo al personal
político como principal elemento determinante. Así, el programa
más conservador de un “nuevo” político como Obama triunfa sobre
el reformismo de la “experimentada” Hillary, que es Clinton.
Como vemos, la crisis es económica, política y moral. La ex primera
dama planificó una campaña centrada en la economía, tal
como había hecho su marido en los ’90. Leyó mal: el núcleo de las
preocupaciones está en otro lado.
Tanto Hillary como Obama proponen una serie de medidas para
salir de la crisis. Ambas contemplan la intervención del estado, la
primera con un sentido “progresista” y el segundo con cierta semejanza
a lo que se está haciendo. Sin embargo, ninguna tiene perspectivas
de funcionar. Un economista negro, Thomas Sowell, escribió
en términos políticamente incorrectos, pero acertados desde el punto
de vista capitalista: ninguna rebaja de tasas, ni estímulo al consumo,
ni barrera proteccionista traerá la solución, porque el problema
es la disparidad entre el alto nivel salarial de los trabajadores estadounidenses
en relación a su insuficiente productividad. Se necesitarían
medidas más duras. ¿Es que el estado, entonces, no tiene nada
que hacer nada frente a la crisis? Muy lejos de eso. La economía no
puede, por sí sola, salir del atolladero. Necesita un mayor grado de
explotación y la destrucción de fuerzas productivas. El estado, por
lo tanto, tiene un rol fundamental, pero no económico, sino político.
Su tarea es, justamente, permitir las condiciones para un relanzamiento
de la economía. Es decir, aplastar cualquier resistencia a
una mayor explotación, destruir a otros burgueses y liquidar, si es
necesario, a una parte de la clase obrera. En concreto: la represión,
la destrucción, la guerra.
La relación de proporcionalidad directa entre la profundidad de la
crisis y la magnitud de la guerra no es patrimonio del marxismo.
Hace poco, un lúcido intelectual burgués criollo, Natalio Botana,
supo advertirla. Trazaba un paralelo entre esta crisis y la de 1930,
que desembocó en la II Guerra Mundial y en el restablecimiento
de una nueva hegemonía. Sin embargo, su propuesta es que, esta
vez, el cambio de época y de hegemonía, de efectuarse, debería hacerse
en forma pacífica y planificada. Aquí, es donde su conciencia
retrasa con respecto al film de los hermanos Cohen: estos conflictos
se resuelven, con perdón de la expresión, a los garrotazos. En ese
sentido, la traducción castellana del título, Sin lugar para los débiles,
parece cuadrar mejor con la coyuntura. En el marco de relaciones
capitalistas, las nuevas andanzas de Anton Chighur, esta vez más
reales, serán inevitables.
La madre de todas las batallas
En Argentina, no se ha dejado de repetir que nuestra economía
se encuentra “desacoplada” de la mundial. Ya hemos explicado en
nuestras páginas a qué se debe la peculiar situación de la economía
argentina. Hace poco, un economista definió a la soja como el
“Messi” de un equipo que no necesariamente juega bien. En estas
condiciones, y tal como lo admite en este número González Fraga,
una baja en los precios de los commodities puede desembocar en
una crisis aguda.
En coyunturas de paréntesis entre un estallido y otro, las tareas de
una clase son la preparación en el seno de sus propias filas y aprovechar
los momentos adecuados para tomar alguna posición del enemigo.
Los elementos burgueses parecen haber comprendido el sentido
de la cuestión. Por eso, luego de haber logrado “congelar” un
proceso adverso y estabilizar un gobierno, se prepara para salir del
tibio bonapartismo.
El “café literario” del ex/actual presidente busca la reconstrucción
de los partidos políticos burgueses. Néstor se dispone a encauzar la
cuestión con la refundación del PJ. El “nuevo” partido se constituirá
con la yuxtaposición de las diferentes ruinas del “viejo” y la vuelta de
todos aquellos que se fueron. Han entrado en el armado Lavagna,
ex menemistas como Juan Carlos Romero, sumado a Reutemman,
Obeid y siguen las firmas. Ya han votado la “amnistía” para todo
aquel que fue en otras listas. Moyano y su grupo de la CGT volverán
a pisar una unidad básica luego de 15 años. Volverán con la
promesa de una vicepresidencia y de ocho consejeros. En el 2003, la
CGT tenía 24 de estos últimos. En agradecimiento, Moyano pactó
el 19,5% de aumento como techo y va a reeditar la Marcha Federal,
sólo que, esta vez, en apoyo a Cristina. Todo un desafío: veremos si
puede demostrar disciplina en sus tropas o asistiremos otra vez al escándalo
de la descomposición de la dirigencia sindical.
El hecho es que se está intentando construir una organización política
que pueda poner disciplina en el personal político, que determine
candidaturas, gabinetes, programas y sea un espacio para dirimir
conflictos. Es decir, se quiere rearmar el Partido del Orden. Sin embargo,
han quedado afuera grupos significativos. En primer lugar,
la “izquierda” kirchnerista, como Patria Libre o los MTD. Junto a
ellos, Chacho Álvarez, Nilda Garré, Ibarra, Sabatella y Eduardo Luis
Duhalde. En segundo lugar, los “gordos”: Barrionuevo y compañía.
No hay que olvidarse que aún representan una fuerza de peso.
En efecto, si Kirchner avanza en las tareas de reconstitución por
la vía organizativa, Macri y Scioli lo hacen mediante la demarcación
de los avances sobre las masas. Ambos parecen marcar el camino
de lo que se debiera tener por delante un político burgués.
Macri comenzó su gestión con fuertes despidos, aumentos del
ABL, intervención en una obra social y dos desalojos. Mientras
Kirchner solía adjudicar responsabilidades a la justicia, Macri
supo actuar sin orden judicial. Acordó con Aníbal Fernández el
uso de la policía y se movió sin ningún prurito. Es más, entre los
presos, se llevaron a un dirigente barrial de Belgrano en medio
de las cámaras mientras hacía declaraciones. A pesar de todo, su
puesto no estuvo jaqueado, ni sufrió ningún cacerolazo exigiendo
su renuncia. Ese fue su mensaje.
Scioli también apostó fuerte: anunció 23.000 despidos y el regreso
de la “mano dura” y los “sin gorras”. Su medida más ambiciosa
es la desarticulación de la red de “manzaneras” mediante el uso
de la tarjeta magnética, manejada desde la gobernación. También
afectará a los grupos K. Lo grave es que esta medida ataca, además,
a las organizaciones políticas que reparten planes sociales que
consiguieron con su lucha y que les permite sostener su estructura
militante. Igual que su par en la ciudad, el ex motonauta pretende
primerear al gobierno.
¿Cuál de estas dos vertientes está constituyendo el Partido del Orden?
De no mediar una crisis en el corto o mediano plazo, tal vez la
primera. Si la crisis concentra el rechazo en las figuras patagónicas,
entonces estos otros dos personajes tal vez intenten su propia carrera.
Lo cierto, lo más importante, es que tomemos las lecciones del
caso: preparar nuestras filas. La acción sindical, cotidiana, sobre la
clase obrera ha demostrado enormes progresos. Hay que sumarle
la preparación política, la discusión, la formación de dirigentes, la
paulatina construcción del partido del caos. Porque mañana es hoy.
Después, tendremos que salir con lo poco o lo mucho que se haya
hecho. Se acercan momentos de decisión y, cuando llegue, no habrá
lugar para los confundidos, para los vacilantes y, si sabemos pelear,
tampoco para lo viejo.
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